Un problema social a resolver es descubrir cuál es el método más efectivo para presionar cambios y denunciar desvíos en las políticas de turno, a pesar de que aparentemente hay mucha denuncia con exposición pública en la nube periodística. Ese accionar en la mayoría de los casos no prospera.
Si uno toma distancia de la situación, el motivo es como casi que se muestra por sí solo. Desde mi parecer es una respuesta obvia.
No es difícil observar vicios en los intentos de exposición y denuncia pública; vicios de malas prácticas que condicionan la presentación de las mismas diluyéndose por propio peso. Los invalida el origen de los intereses que nada tienen que ver con solicitudes legítimas. Los medios se encargan de hacer todo lo demás; terminar de confundir más a la gente. Todo está mal desde la tribuna partidaria, la contraria o la local.
Tampoco se escapa entender, que este sistema repetido una y otra vez, lo único que busca es dividir y no esclarecer, o sea que está pensado para que no sirva o más bien que sirva a esos “intereses” encubiertos. Casi la totalidad de lo que transita por los medios radiales, televisivos o escritos tiene mal olor: mal olor el origen y mal olor el final. Esta situación encierra un círculo vicioso que representa a un perro dando vueltas mordiéndose o jugando con su propia cola.
Es mi parecer, es lo que yo veo y creo. Es muy evidente que las cosas no son lo que se muestran, y como la nuestra es una sociedad enferma, no sabe discernir ni defenderse.
El origen de esa enfermedad es que estamos ante una colectividad muy cómoda, muy acostumbrada a dejar pasar, como si nada ocurriera, situaciones irregulares cotidianas dentro de las instituciones de su entorno local. Situaciones irregulares municipales, situaciones irregulares en las empresas de servicios, situaciones irregulares en la justicia, situaciones irregulares en las fuerzas de seguridad, situaciones irregulares en las entidades educativas, situaciones irregulares en las entidades religiosas, etc., etc., etc...Los dejamos pasar como si diéramos permisos. Esos desvíos se potencian y llegan a la órbita nacional, encontrándonos sentados a esperar que los problemas y las malas prácticas se solucionen deslindando muchísima parte de nuestra responsabilidad en los elegidos de turno que no podrán y/o no querrán cambiar nada porque son el producto directo de las desatenciones sociales.
Somos un pueblo con un error de apreciación, convencido de que esta situación, (nos están haciendo creer eso) nos incluye solamente a nosotros y que no vamos a poder corregir nada. Pasa en todos los países; el poder si no está acostumbrado que lo controlen se corrompe y los intereses del dinero desangran a las sociedades. Somos un país muy rico y como por períodos estamos un poco mejor, dejamos que todo siga igual privándonos de ir mejorando paulatinamente. El problema actual es que socialmente no estamos manteniéndonos, estamos en una franca decadencia.
Fraccionados, generando odio, somos caldo de cultivo y no se necesita ni explicar qué y o quienes están sacando provecho de ello.
Nos falta algo muy importante y básico que es el motor para generar un activismo constructor: esa falta se llama ausencia de responsabilidad; responsabilidad desde con nosotros mismos, desde nuestro entorno, desde nuestro círculo social, desde nuestro trabajo, desde nuestra localidad. Una responsabilidad que no esté regida por la conveniencia o el bienestar que le toque en suerte a cada uno. Sí señor, no porque nos toque estar bien o mejor, deberíamos dejar de ver y reclamar por lo que es pasible de corrección. Pero por regla general eso no lo hacemos y no se concreta ningún cambio en las situaciones.
Necesitamos activismo para luchar contra las inciertas normas de las instituciones, las inciertas ordenanzas de nuestras localidades y las inciertas interpretaciones de las leyes. Necesitamos encontrar nichos de alegalidad para no quedar expuestos a situaciones incómodas a pesar de que algunas no se van a poder evitar.
No vamos a encontrar, para nuestro activismo, casi ninguna ayuda desde la política partidaria como la opositora, como tampoco la encontraremos desde los medios masivos de comunicación; lamentablemente tanto unos como otros, en la mayoría de los casos, están “comprometidos” con los de la vereda del frente. Las excepciones, que las hay, pueden interpretarse como en matemáticas, confirman la regla.
Conclusión de este, mi pensamiento escrito, es que mientras no cambiemos las prácticas de nuestro sistema de gobierno regido por un sistema pretendidamente llamado democrático y que casi nada tiene que ver con el verdadero significado del mismo, lo que nos queda para ayudar a cambiar ciertos rumbos es profundizar en un activismo apolítico. Digo apolítico, porque conociéndonos, alguna bandería nos impediría actuar auténticamente ante las situaciones que se nos presenten; esas banderías que nos desangran, nos dividen y nos anulan, encerrándonos en un estado avanzado de una dolencia que se da por llamar “Estupidez Humana”.